El oficinista de la empresa lo depositó en la cuenta del tesorero. Cada día era una mesa de rutina en la empresa. El niño revisaba y recogía documentos, los llevaba al banco, notarías y otras burocracias. Pero cada vez que me iba, el chico del tesoro me decía: ¡tienes que invertir tu dinero, no lo gastes todo! hasta que el joven sintió curiosidad por saber de qué hablaba y aceptó la invitación de aprender a invertir y pronto vio que iba a invertir el grueso en los ahorros del bastardo hasta que depositara el líquido.
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