A la hora de comer, el pintor prefiere el rabo de toro. Sin llenar la barriga y quedándonos bajo el árbol, descansando y esperando la hora de volver al trabajo. Con el pintor ocurre lo contrario. Come y todavía quiere comer, pero no comida sino el trasero de un niño. Por eso se perdió entre los obreros de la construcción y fue a pegarle al cabrón, una escapada rápida. El peãozada no tiene idea de lo que ha estado haciendo mientras tanto.
Este tipo necesita pagarles a los chicos para que lo follen...
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